E
l proble
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a es que tradicionalmente nuestra Iglesia fo
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entó ese tipo de actitudes anti-evangélicas.
Hace pocas semanas se entrevistaba con el papa una ministra comunista del actual gobierno de
coalición de izquiera de nuestro país. Desde el principal partido de la oposición de la derecha se
calificó ese encuentro como “cumbre comunista”, dándole al tér
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ino “co
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unista” el sentido
peyorativo que le asigna la clase do
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inante y que desea que tenga para todos. Y el director de un
diario de la derecha declaró que el
E
spíritu
S
anto se equivocó y los cardenales eligieron un
candidato catastrófico.
E
l director de otro diario de la
m
is
m
a tendencia política declaró:
“E
ste
P
apa
co
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unista es el anti
-
P
apa, el representante del diablo en la
T
ierra".
Y
hubo otras declaraciones
si
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ilares de otros políticos de derechas.
E
s re
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arcable que todos ellos se definen co
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o católicos y
quizá fueron educados en colegios religiosos, y que si se atreven a expresarse así pública
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ente es
porque saben que es, o puede ser, política
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ente rentable, es decir, que existe en nuestro país una
amplia masa de católicos que piensan que la misión de la Iglesia es combatir las ideas de la
izquierda política a favor de la derecha, de la clase dominante.
Ese tipo de mentalidad no se genera repentinamente; fueron necesarios muchos siglos de tradición
antisocial por parte de la jerarquía eclesial.
Q
uienes se quejan de la actitud del actual papa es por
que se acostumbraron a otros papas y otras jerarquías de la Iglesia que se posicionaron a favor de
las clases dominantes y formaban parte de ellas. Quienes quieran avanzar hacia la realización del
plan de Jesús, de un Reino distinto de los de este mundo, ¿pueden esperar que los acompañen
aquellos que están bien instalados en los reinos de este mundo? El Evangelio nos habla de un joven
rico que rehusó seguir a Jesús cuando comprendió lo que implicaba ese seguimiento. Es de temer que
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uchos catolicos, incluidos jerarcas eclesiásticos, que no sienten ningún deseo de e
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prender una marcha
hacia una sociedad igualitaria, hacia un Reino distinto de los de este mundo, den la batalla, fuera y
dentro de la Iglesia, para conservar esta sociedad de la desigualdad, del dominio de unos seres
humanos sobre otros y de la discriminación de la mujer fuera y dentro de la Iglesia.
El análisis que aquí se hace sobre la temática sinodal se aleja deliberadamente del cuestionario
que presenta el
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encionado
V
ade
m
écu
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. Si se entra por el cauce
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arcado por los 10 puntos de ese
cuestionario, queda uno atrapado en el estudio de los problemas de la Iglesia tal como la Iglesia
los percibe, y se abandona el estudio del principal problema, no de la Iglesia sino del mundo. El
principal problema del mundo es que después de tanto tiempo aún no se implantó el Reino de Dios.
No toda la culpa es de la Iglesia pero ésta tiene bastante responsabilidad en lo que ocurrió durante
los últimos dos milenios.
La verdadera misión de la Iglesia es la de generar activistas plenamente volcados en hacer
avanzar la sociedad hacia esa meta ideal. Lo que la Iglesia generó son: monjes, anacoretas, algún
que otro místico, cruzados, inquisidores, un clero profesional encuadrado en una estructura
jerárquica, una feligresía que piensa que el seguimiento de Jesús de Nazaret consiste en participar
en los actos de culto, y lo peor del caso es haber servido durante mucho tiempo como aparato
ideológico legitimador de los sistemas de dominación. Bueno, para ser justos hay que recordar que
la Iglesia generó también misioneros, algunos tan dignos y encomiables como Ignacio Ellacurría,
Segundo Montes, Gaspar García Laviana, las monjas estadounidenses asesinadas en El Salvador,
los miles de catequistas salvadoreños asesinados, los maristas del Congo, Rutilio Grande, los teó-
logos y teólogas de la liberación, la Madre Teresa de Calcuta y tantos otros y otras. Por eso decía
antes que corresponde a Dios el juicio y la valoración global de personas e instituciones.
Lo que sí compete a nosotros es poner fin al acomodo de la Iglesia a los reinos de este mundo,
promover, dentro y fuera de las iglesias, esas actitudes generosas de pro
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oción social, de trabajo
por hacer desaparecer la explotación y la injusticia, fo
m
entar planes de colaboración hu
m
ana en
condiciones de igualdad, rechazando los clasis
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os y elitis
m
os, predicando con el ejemplo para
erradicar todo tipo de violencia, promover un sistema social justo e igualitario en el que la
economía está al servicio de las personas y no a la inversa… en definitiva, volcarnos plenamente
en hacer avanzar el proyecto de Jesús. Sólo a tal marcha se puede convocar a todo el mundo.
Buscar sólo el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura.